Solo unas palabras para hablar no tanto del 11 de marzo de 2004 sino de lo que vino después. De las heridas de una ciudad que se vio transformada por un hecho inesperado, pero no accidental. Donde las muertes y heridas de hace diez años eran el objetivo; y el dolor y el daño fue buscado y planificado.
Asimilar e integrar esto es de los procesos más difíciles que hay, porque a un hecho traumático e inesperado, como una muerte de esas características, se junta el que sea intencionado, lo que lo agrava mucho más, y que se realice de forma masiva para generar el máximo daño posible.
Las personas no estamos psicológicamente preparadas para asimilar que en un entorno de cierta estabilidad social vivamos un hecho repentino, tan doloroso, y de tal magnitud.
En un principio la persona no es capaz de digerirlo. Del impacto y de la incredulidad se da paso al bloqueo emocional, al dolor, a la tristeza, a la rabia, a la ansiedad constante, a los miedos generalizados, a dejar de sentir placer o felicidad, a la apatía, a ser incapaces de concentrarse, de motivarse, de dormir, de descansar ….
Como psicóloga he acompañado y acompaño a muchas víctimas del terrorismo en su proceso personal, ya no de superación, sino de asimilación e integración de lo vivido y de la aceptación de lo sucedido; aspecto de lo más complicado que hay, pues a menudo la persona necesita negar lo ocurrido porque, como señalaba anteriormente, el daño infringido de forma planificada, voluntaria y generalizada se nos escapa de la razón y no le podemos dar sentido.
En ese proceso donde los días se hacen meses, los meses se vuelven años, también se puede empezar a saborear otra vez aquello que a las víctimas les hacía sonreír años atrás, o descubrir aspectos nuevos que les permiten poder ser felices a pesar de haber sufrido algo tan brutal como es un atentado terrorista. Lo hacen y te enseñan que la capacidad de superación humana va mucho más allá que el daño tan injustamente recibido, a pesar de que no todo está ganado, y que hay momentos de sufrimiento, dolor y recaídas que forman parte de ese camino. Nadie puede imponer un tiempo determinado para superar lo vivido; Es su tiempo, es su dolor, es su vida a la que en un momento arrancaron una parte de sí.
Por permitirme estar junto a ellas en ese camino escribo hoy estas palabras por si algunas de esas personas las leen; mujeres y hombres que perdieron a padres madres, hermanos y hermanas, hijos e hijas, parejas, amigos, familiares y han vuelto a sonreír después de 10 años, y a aquellas que todavía les cuesta hacerlo, pero se siguen levantando por las mañanas.
Alejandra Luengo