Ser prisionero de la depresión
La depresión es la enfermedad mental más frecuente y que mayor prevalencia tiene en la población general. Las estadísticas de la depresión hablan de dos millones y medio de personas que la sufren en España.
Muchas personas ni siquiera son conscientes de que la sufren, aunque se ven limitados, agobiados, incapaces o muy sobrepasados para hacer frente a aspectos de la vida cotidiana.
Las causas de la depresión son diversas y variadas. Se habla de depresiones endógenas refiriéndose a las genéticas y dónde ya se da una predisposición biológica a sufrirla desde un principio, y depresiones exógenas que son aquellas que se refieren a las que repiten un patrón aprendido durante años, o se dan causas dolorosas y traumáticas. La realidad es que en la depresión se combinan distintos factores que pueden predisponer y ser desencadenantes de la misma.
La depresión tiene una frecuencia muy alta en nuestra sociedad donde las expectativas, nivel de exigencia y, autocrítica son muy altos unido a una baja tolerancia a la frustración y una serie de mandatos irreales que no favorecen el autoconocimiento la gestión y aceptación emocional. Nos vemos vulnerables frente a lo que nos sucede y lo que sentimos.
La sintomatología de la depresión es variada y no precisamente positiva. La persona puede sentirse sin ilusión y sin fuerza para cualquier actividad cotidiana. El sentimiento de vulnerabilidad y de incapacidad se instala como una gran losa de la que es difícil desprenderse, y no es cuestión de tiempo que la situación mejore, como muchas veces se cree.
La depresión conlleva que la mayor parte de la vida acabe centrada en la enfermedad generando un profundo malestar vital tanto para la persona como para los de alrededor.
Personas inmersas en su depresión relatan frecuentemente «No hay nadie dentro de mí». En realidad la persona deja de estar, aletargado, frágil, sin ilusión, instalado en la apatía, en un sentimiento de angustia y de falta de aire generalizado, con una pérdida de interés por las cosas que antes gustaban o provocaban placer.
La depresión es una cárcel para la persona que la sufre directamente, pero también para los de alrededor, sobre todo si son pequeños. Numerosos estudios han investigado como la depresión en alguno de los progenitores afecta profundamente a la construcción personal de los hijos, autoestima, detección de necesidades propias, seguridad, etc.
De hecho, frecuentemente adultos que acuden a consulta con problemas emocionales relatan a lo largo de las sesiones situaciones donde no pudieron ser mirados cuando eran niños porque el adulto que tenía que hacerlo estaba inmerso en su depresión y el otro tenía que cuidarle. Padres o madres que de forma permanente estaban metidos en la cama, sin ir a trabajar, sin hablar, sin ganas por hacer nada, llorando, con un gesto instalado de malestar y malestar provocan que los hijos se estremezcan, no sepan qué hacer y crezcan en un desconsuelo y angustia permanente, estando más pendiente de los mayores que de sus propias necesidades.
Respecto al tratamiento de la depresión una vez más nos encontramos en lo imprescindible de la psicoterapia y el soporte y ayuda del tratamiento farmacológico como manera de estabilizar a la persona. Es cierto que actualmente el Sistema Público de Salud hace frente a la depresión principalmente medicando, no priorizando que la psicoterapia es más efectiva, preventiva y duradera a largo plazo, por lo tanto más rentable y aliada de lo que la persona necesita. En una sociedad donde todo va rápido nos centramos principalmente en quitar los síntomas a través de antidepresivos que nos anestesian del malestar vivido, pero no significa que mejoremos. Son necesarios pero no suficientes. El autoconocimiento, el reconocimiento, el entendimiento y la comprensión de uno mismo y de su vida, junto al aprendizaje de nuevas herramientas para hacer frente a los aspectos que suceden, conlleva poder afrontar la depresión y salir de ésta, sin quedarse encarcelado.