Cuando empezamos una relación de pareja todas y todos sabemos que esa relación puede terminar, no obstante la frase trillada: “Hasta que la muerte nos separe”, es avasalladora, pues en realidad significa, hasta que “algo externo a nosotros nos separe”, lo cual limita ya la libertad de decisión, del “hasta que la muerte de aquello que ha motivado nuestro encuentro nos lleve a separarnos”. Y si la función que tiene la pareja humana es la de desarrollar la capacidad amorosa de cada individuo, puede ocurrir que ese sistema empiece a no ser válido para el desarrollo personal de uno de sus miembros y a partir de ese momento tiene que haber un replanteamiento real y una asunción de la crisis.
Ese conflicto puede venir motivado por un cambio de valores individuales, por un cambio de trabajo, por la entrada de una tercera persona dentro del marco sexual o afectivo-emocional, por el nacimiento de un hijo, por el fallecimiento de un familiar de uno de los miembros de la pareja, o por cualquier otra circunstancia cotidiana que influya directamente en la emocionalidad, y eso repercute en su sistema más próximo. Si tomamos en cuenta, que la pareja es un sistema vivo, nadie puede garantizar qué nos va a ocurrir mañana como pareja, porque nadie nos puede garantizar qué nos va a ocurrir individualmente. En momentos determinados, el impacto se produce de forma traumática porque hemos perdido la capacidad de darnos cuenta de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor y perdemos el contacto con lo que está pasando con nuestro compañera/o quien de pronto expresa su falta de deseo sexual, su poca motivación para compartir actividades, la presencia de una tercera persona, o su interés en la separación. El problema es de los dos, de quien no se da cuenta y de quien creía que el otro se estaba dando cuenta. Llega el momento en el que el bloqueo en la comunicación lleva al uso del imaginario y a crear e interpretar la realidad. En ese momento es cuando, necesariamente, tenemos que asumir la crisis que implica un replanteamiento a tres niveles fundamentales:
- El cognitivo, es decir, cómo nos comunicamos, qué niveles transmisión de valores, ideas, aficiones, proyectos existe con esa persona.
- Un segundo factor, que nivel de intercambio emocional existe, de afectos, cariñó, tristeza, anhelos, frustraciones.
- Y por último qué capacidad de placer tengo con esa persona, de goce, de abandono sexual.
Esos tres niveles nos hablan del momento real de la pareja y nos lleva a plantearnos la posibilidad de replantear o de darnos cuenta de que es un momento definitivo donde ya no hay posibilidad de reconstruir y es cuando, en el último acto de amor, se debería buscar la muerte de ese sistema desde una perspectiva de transformación creativa para cada uno de los miembros, no como un fracaso, sino como acto de cambio y por lo tanto de final que facilita una especie de renacimiento.
En la escala de valores de esta sociedad, la ruptura de la pareja sigue viviéndose como un fracaso. Incluso en la sociedad norteamericana que es donde estadísticamente- junto con los países nórdicos en Europa – se generan más separaciones. ¿Qué es más fracaso y para quién?
Queda entonces claro que ha de ponerse especial atención en los primeros momentos, días y meses de una relación, pues estos sientan precedentes importantísimos de cómo será la calidad de la relación de pareja. Está claro que las relaciones interpersonales, a todos los niveles, se basan en reglas que hay que respetar para lograr una armonía. En síntesis, no hay recetas para encontrar pareja, sino buenos requisitos iniciales.