El acoso escolar es una herida que se arrastra durante toda la vida y que deja una cicatriz que queda más o menos cerrada. En absoluto puede ser valorado como «cosas de chavales». Hace unas semanas dando unos talleres en un centro educativo de Madrid para madres y padres, abordábamos cómo desde la familia se puede prevenir, detectar y luchar contra el acoso escolar, pero no lo puede hacer en solitario. Por supuesto el centro educativo, los docentes y el alumnado tienen que estar implicados, sino es luchar contra corriente y sentirse sin recursos e impotente.
Así, una de las madres asistentes señalaba que su hijo, Andrés de doce años vivió el divorcio de ella y su marido cuando éste tenía ocho, lo que hizo que el chaval lo pasara bastante mal y que su madre intentase protegerlo a toda costa ya que el padre tras el divorcio se fue deprimiendo y estaba muy dejado con sus obligaciones y quehaceres cotidianos. Así que el menor se fue cerrando en él mismo sin contar que en el colegio le insultaban, se reían de él, no jugaban y hasta le habían pegado en algunas ocasiones, vamos que estaba siendo víctima de acoso escolar. Andrés siempre había sido algo tímido socialmente y un poco reservado y se encontraba tan preocupado por cómo estaban sus padres que no quería cargarles más con sus problemas. En el colegio no lo detectaron hasta que una madre de un compañero de Andrés lo puso en conocimiento del centro y de la madre del chaval tras haberle contado su hijo cómo trataban a Andrés determinados compañeros. La forma en que de manera conjunta y colaborativa se afrontó la situación de acoso escolar por parte de la familia, el centro, el profesorado y el trabajo con el alumnado fue lo que permitió reconducir la situación y que no se agravase sin remedio. Por desgracia hay otras situaciones donde el freno llega demasiado tarde. Pensar en que un caso como el de Diego, un niño madrileño que con 11 años se suicidó señalando haber vivido acoso escolar es un aspecto aislado es una forma de esquivar responsabilidades.
Los niños en el colegio donde se encuentran diariamente y están metidos muchas horas están potenciando, desarrollando o inhibiendo, sus capacidades, valores y recursos. Si un menor en un momento dado comienza a ser objeto de acoso escolar no sólo va a ser muy complicado que las desarrolle (autoestima, seguridad, asertividad, iniciativa, fortaleza), sino que puede irse fomentando la internalización de una serie de sentimientos de impotencia, debilidad, resignación, indefensión, etc., que no sólo le hacen mucho daño en su momento de niñez o adolescencia sino a lo largo de toda su vida. Numeroso ejemplos hemos podido tener en la consulta de pacientes que solicitaban psicoterapia por primera vez ,que tras experiencias duras en la adultez donde habían sentido vejación, aislamiento, sentimiento de profunda inseguridad o abatimiento relataban que en la infancia habían sufrido acoso escolar y les había marcado a lo largo de los años en aspectos personales, laborales, afectivos, etc.
La Guardia Civil señalaba en un twitter el pasado veinticinco de enero lo siguiente: «¿Sabías que el 66% de los testigos de bullying callan o participan? Eduquemos para que los valientes suban del 33%». Esa es una de las cuestiones más importantes: sacar del silencio a los que ven y no hacen nada, a aquellos que acaban de alguna forma aceptando y apoyando casos de acoso escolar, sean adultos o menores.
Y es que es la familia puede no detectar que su hijo o hija está sufriendo acoso escolar. De hecho, muchos de los menores que han pasado por una experiencia como esa no han encontrado la forma de decírselo a sus padres o a los profesores; o bien porque creían que era su culpa, o porque se sentían inseguros ya que pensaban que sus progenitores se iban a avergonzar, o por no preocuparles.
Cuando realizamos talleres en colegios nuestras prioridades son tres; y de hecho es la forma que mejor trabajamos; con los padres y madres, el profesorado y el alumnado. La enseñanza o la promoción y educación de ciertos valores, el análisis de la necesidad del acosador de atacar, del acosado de callarse y de los que ven y no hacen nada responde a aspectos personales y sociales que deben ser puestos encima de la mesa y claramente revertidos.
El cómo saber afrontar y resolver conflictos, poder detectar y reconocer las emociones que sentimos, fomentar la empatía, a seguridad y el cuestionamiento de lo que es ser considerado «chivato» es necesario para que no se den estas situaciones de acoso escolar en los centros educativos, y fuera de éstos, porque ya otro día hablaremos del ciberbulling, aspecto que por desgracia cada vez está más presente. Por ello fomentar en el centro educativo la sensación de comunidad donde cuando se ataca a un miembro se siente que se daña a todos, es una clara forma de prevenir que disminuya el acoso escolar.