http://www.youtube.com/watch?v=7fdnXby_6lA
Niños de menos de diez años empuñando armas; sin miedo a morir y dejando de vivir. De eso trata el cortometraje ‘Aquel no era yo’, escrito y dirigido por Esteban Crespo. En él se cuenta la historia del encuentro entre dos personas, un niño africano y una mujer española unidos por el dolor, la violencia y la muerte. El cortometraje se estrenó el pasado 9 de febrero en un acto organizado por distintas ONG españolas Fundación El Compromiso, Amnistía Internacional, Save The Children, Entreculturas, Alboan, etc. Pocos días después, el 12 de febrero, se celebraba el Día Mundial contra la Utilización de Niños y Niñas Soldado.
Como características de estos menores podemos destacar que no tienen conciencia de la muerte, no sienten, reconocen ni aprenden el valor de su vida y de la de los demás, permaneciendo en manos de adultos que les utilizan y adiestran para que aprendan que el respeto y la fuerza se consiguen con sangre, violencia y armas. A cambio les dan una comunidad de pertenencia, una «pseudofamilia», un lugar de referencia.
¿Cómo recuperar la niñez después de todo lo que han visto y hecho?, ¿Se puede volver a ser inocente, a creer, a confiar, a amar y a amarse, a ser uno mismo cuando el daño psicológico y la herida en la identidad es tan profunda y dolorosa?
Resulta complicado porque, por ejemplo, en los niños/as soldado se experimenta haber sido verdugo además de víctima (he generado mucho dolor y no he sido consciente del mismo). Eso desconsuela, culpabiliza, desespera y ata, por lo que comprenderse es un proceso necesario pero lento, de gran esfuerzo y reestructuración a todos los niveles: pensamiento, emociones, relaciones, identidad, etc.
En el documental se muestra la ignorancia, odio, dolor, soledad, violencia, deseo de venganza, apatía, pérdida y desconexión que conlleva la utilización de menores en conflictos armados, pero también surge en el proceso el perdón y la recuperación. Esto último es un camino fatigante, pero posible si se logra entender y comprender que en ese momento, con lo que uno era, sabía, y bajo las circunstancias en las que vivía, lo único que supo y pudo hacer fue lo que hizo.
El trauma, las experiencias dolorosas nos marcan, duelen y dañan profundamente. Pero la diferencia entre unas personas y otras es que algunas se han dejado atar por el dolor, el daño y han permitido que esa parte de su vida nuble su identidad. Otras, con gran esfuerzo, pequeños pasos, lágrimas, y a menudo el apoyo de otra persona (sea familiar, compañero, psicólogo, sacerdote, maestro, educador, amigo, etc) han ubicado su experiencia en un lugar clave, pero no único y central, es decir, su vida, y ellas mismas, no se reducen a haber sido niños/as soldado; podrán ser estudiantes, conferenciantes, amigos, parejas, padres y madres de familia, trabajadoras, periodistas, profesores…
Para lograrlo, la labor que hay que realizar con ellos, como con muchas de las personas que viven una experiencia traumática, es principalmente emocional y de acompañamiento. Que se pueda ir expresando el dolor, la rabia, la culpa, la desesperación, la impotencia, para acabar conociéndose, y sobre todo comprendiéndose. Que se pueda ir logrando una conexión personal donde merezca la pena apostar por ser quiénes son y no por lo que eran antes. Así se refleja en el corto levemente; la maravillosa capacidad del ser humano de recuperación, de resiliencia. A pesar de que hay heridas y cicatrices que seguirán estando ahí, no serán las que me identifiquen, definan o den mi identidad.
Y para terminar señalar que aunque esta experiencia que muestra el cortometraje nos pueda quedar lejos de nuestras vidas sería interesante aplicarlo a nuestros traumas, daños, errores, culpas, enganches….. ¿Si una persona, un niño, con todas esas vivencias tan desgarradoras, destructivas y dañinas ha logrado reencontrarse y recuperarse, por qué yo no?
Para saber más y firmar la petición
Alejandra Luengo