No atender no es hiperactividad
Respecto a la hiperactividad a menudo acuden padres y madres a las consultas de los servicios públicos y privados planteándose si sus hijos son hiperactivos: «Es que no atiende y en el colegio me lo han dicho. Es que no se concentra, es que en casa no para…» ¡Cuántas veces lo he escuchado y cuántas veces me he preguntado qué necesidad de diagnosticar y de etiquetar a los niños y niñas!
El TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) no es fácil de diagnosticar y se tiene que hacer con un examen exhaustivo y progresivo que frecuentemente no se realiza. Se diagnostica muy fácilmente por profesionales no especializados, lo que es ética y profesionalmente lamentable;
Se ha convertido en el trastorno de moda y se estima que cada vez hay más niños en España diagnosticados con este síndrome. Supone una prevalencia de más de un 5 % de la población infantil de nuestro país, lo que significa que en cada aula hay supuestamente, al menos, un alumno hiperactivo.
En qué consiste
En el menor que padece hiperactividad o TDAH se presentan dificultades en la atención, con distracciones constantes, no poder atender selectivamente estímulos específicos, ni tampoco facultad para poder explorar una realidad compleja de forma planeada y eficiente, es decir, les cuesta realizar tareas que impliquen resolución de problemas por esa incapacidad para planificar. En algunos casos puede ir acompañado de torpeza motora. Además se puede dar impulsividad, con problemas para tener presente las consecuencias de los actos que realizan, e incapacidad para aplazar las gratificaciones, es decir lo que quieren, lo quieren ya. A esto se le añade que la hiperactividad que puede ser en todos los ámbitos (generalizada), o solo en determinados ambientes (escuela, casa..).
No atender en clase no es una enfermedad, tampoco lo es ser impulsivo, o movido, nervioso o contestón. Hay niños que se aburren en clase, que la propia educación no se centra en las necesidades, aptitudes y habilidades del menor, y lo mismo pasa en familias donde se quiere encasillar al niño en un determinado modelo que no tiene por qué ser. Además no hay que olvidar que hay situaciones familiares que desencadenan en los niños un determinado tipo de comportamiento más disruptivo, más impulsivo, más evasivo. Todo esto sobre todo complica y dificulta las cosas a padres y profesores.
¿Qué suele ocurrir? Que los adultos se sienten desbordados y no saben cómo ayudar a los menores; sean los padres o los profesores y se acaba medicando a los menores. No hay que olvidar que este tipo de trastorno esconde unos grandes intereses económicos; se organizan grupos, campamentos, terapias enfocadas a menores basadas en este trastorno y se medica, mucho, y a menudo incorrectamente. Así la consecuencia es un diagnóstico que al medicar al menor puede relajar el ambiente al haber un cambio en el comportamiento, pero que no hay que olvidar que lo que trata es de intentar encasillar a los niños en un comportamiento de forma impositiva, y al salirse de lo «esperable» se les medica.
No sabemos realmente los efectos a largo plazo que tendrá la medicación en los niños pero no hay que olvidar que suelen ser medicamentos con componentes anfetamínicos. En nuestro país se comercializa con denominaciones como Rubifen, Concerta, Strattera, Ritalina o Ritalin. Ya veremos la dependencia que genera, pero para mí lo más importante es que se delega la responsabilidad de los problemas en la casa o en la escuela al menor, y eso no es justo.
Cómo afrontarlo
Un buen diagnóstico y seguimiento es fundamental para poder frenar la situación que si no se hace se agrava. Además el trabajo familiar resulta imprescindible, ya que los padres a menudo incrementan los síntomas de los menores. No por medicar se va a solucionar los problemas en la relación familiar; de hecho, lo que a veces se percibe por parte de los niños es rechazo, tanto de los adultos como de otros niños. Una psicoterapia es necesaria para poder facilitar cambios a la hora de actuar y de reconocer las emociones que cada miembro siente ante los hechos que suceden. No olvidemos que este trastorno no estaba contemplado hace años y que siempre ha habido niños inquietos, movidos, distraídos, impulsivos y no eran tratados como enfermos.
Para ver qué le pasa a mi hijo hay que escucharlo, hay que ver cómo afectan las relaciones que está teniendo en su persona. Implica asumir nuestra propia responsabilidad como adultos y ver de qué manera entenderle para poder ayudarle y ayudarnos.
Alejandra Luengo