“Me siento solo. Observo a la gente de alrededor en mi trabajo, mis vecinos, familiares y creo que yo no tengo lo mismo.. Puedo estar acompañado por otras personas; pareja y sin embargo tengo un profundo sentimiento de soledad que me hace estar triste, angustiado y verme raro frente a los demás.”
Estas palabras no son excepcionales, las he escuchado en la terapia frecuentemente. El sentimiento de soledad a menudo es profundo, invasivo y amargo, y la persona siente que le va a ser difícil superarlo, salir de esa sensación de desprotección y vulnerabilidad, de estar “out”.
Hay personas que rompen con sus parejas y se sienten fuera de lugar y con profundos vacíos. Lógicamente, cuando uno después de haber estado tiempo junto a alguien rompe la relación, muchos de esos espacios, que antes eran compartidos con el otro, se quedan flotando y un tanto inertes. Por tanto es normal entonces que uno pueda sentirse desorientado y solo, ya que en ciertos aspectos de su vida lo está, así que lo mejor es no temer esa soledad y afrontar el significado del sentimiento.
El estar solo es un dato objetivo; uno lo está muchas veces, cuando va de paseo, cuando hace cosas en exclusiva, cuando se queda leyendo, paseando o viajando en soledad. A menudo estamos solos y eso es una oportunidad para poder encontrarnos con nosotros mismos, convivir, fortalecernos, poder hacer meditación, conocernos mejor y reflexionar sobre nuestras relaciones, etc.
El sentirse solo va más allá, ya que uno puede estar rodeado de gente pero sentirse así. Como si no formase parte de ningún proyecto que le diese esa base de tranquilidad de “formar parte”. El sentirse solo va unido a la percepción de carencia de vínculos; en realidad es una interpretación que acabamos haciendo de lo que estamos viviendo que nos hace sentirnos de determinada manera. Ahí no hay una lectura de la realidad como es, sino personal, y por tanto sesgada.
En psicoterapia acuden a menudo muchas personas que se sienten solas; algunas lo están objetivamente y otras no. Por ejemplo actualmente atiendo a una mujer de casi treinta años que tiene una familia muy unida, una pareja con la que lleva dos años, un grupo de amigas a las que ve frecuentemente. Cuando acudió se sentía profundamente sola, lo que le generaba una enorme angustia, ansiedad y sensación de indefensión que le impedía poder buscar espacios para ella misma, siendo muy dependiente, sobre todo en su relación de pareja. El avance en la terapia lo ha ido saboreando ella misma a la hora de poder analizar y cuestionar parte de sus expectativas e interpretaciones hacia sí, y con respecto a los demás. Hace unos meses se fue de viaje sin nadie por primera vez en su vida a Málaga, disfrutándolo muchísimo, ha podido quedarse en casa a leer sin tener que depender de que nadie estuviese a su lado como un talismán de tranquilidad. Disfruta con los demás, pero ha aprendido de no temer y saborear el tiempo para sí.
No hay que huir de la soledad cuando ésta aparece y es una realidad. A menudo hay personas que la disfrazan y no hacen más que llenar sentimientos de vacío de una forma compulsiva (redes sociales, vida intensa y ocupaciones de forma continua, por ejemplo). Hay otras que se aíslan todavía más y caen en un estado melancólico. Es importante que en estos dos casos donde la persona tenga estos sentimientos profundos reciba apoyo de un profesional.
Es necesario profundizar en qué distorsiones perceptivas e interpretativas se dan para poder disfrutar cuando se está acompañado y cuando no lo está. Saber distinguir de una soledad donde uno puede sentirse feliz y pleno a otra donde lo normal es sentir dolor (muerte de un ser querido, rupturas, etc). Lo relevante entonces radica en ser capaz de diferenciar lo objetivo de lo interpretativo, que va más allá y a menudo confunde la realidad. Vivimos en sociedades donde cada vez más hay sentimientos de soledad desde la niñez a pesar de estar permanentemente conectados virtualmente a los demás. Algo está fallando para que se huya de la soledad, y sin embargo el sentimiento de aislamiento esté tan presente.
Alejandra Luengo