Dependencia emocional
Sobre la dependencia emocional hace unos días me enviaron este vídeo sobre un corto, NI UNA SOLA PALABRA DE AMOR, donde se escenifica y representa a modo de corto una grabación en un contestador real en el que una mujer busca a la persona amada sin recibir respuesta. Este corto argentino vio la luz a principios de agosto de 2013 tras la idea que le surgió a su director, El Niño Rodriguez, director de cine, que escuchó en internet un vídeo de una cinta de contestador llena de grabaciones y comprada en el Mercado de las Pulgas (Argentina). En la misma se escuchan mensajes donde una mujer, Maria Teresa, en diferentes momentos busca, recrimina, seduce, insulta, reprocha, chantajea, se frustra, amenaza y se desespera hacia un hombre, Enrique.
De ahí el tema de este post, una pequeña introducción hacia la dependencia emocional en la pareja. De hecho seguramente muchos nos podemos sentir identificados con alguno de los personajes de este corto; o bien por demandar y buscar, o por sentirnos demandados y buscados de forma extenuante…Escenas que en las parejas se viven de forma casi cotidiana y que a menudo se simbolizan a través de frases como las del vídeo: «Siempre soy yo la que doy todo», «Dejarme sola», «Cuando hablo con vos hablo sola».¡Cuántas personas he escuchado en psicoterapia que han repetido estas palabras y este tipo de interacciones afectivas! En el corto se muestra la dependencia; pero no sólo de la mujer que suplica y busca la figura de «su hombre», sino de un hombre que quiere ser suplicado, buscado y «necesitado».
Por poner un ejemplo, un hombre que acude desde hace poco a la consulta psicológica está intranquilo, ansioso, triste porque su pareja le ha dicho que necesita distancia. Cualquier excusa encuentra para intentar contactar de forma obsesiva con su ex pareja como una manera de no afrontar una realidad: que esa persona no quiere estar con él en este momento y que le pide distancia. Eso le ha hundido y reclama de forma directa o indirecta que esta mujer le necesite a través de llamadas, mails, visitas o encuentros aparentemente casuales, logrando, en este caso, el efecto contrario, que ella busque más distancia, se sienta agobiada y presionada.
Respecto a este último aspecto me gustaría señalar lo obvio: Cuando alguien nos deja es doloroso y uno se llega a sentir desorientado o perdido, pero eso no nos hace ser peor persona, menos valiosa, o tener un defecto; es una pérdida de una relación que se tenía y por lo tanto muchos aspectos de nuestra vida se ven afectados, pero el problema es cuando sientes que te pierdes a ti mismo. Ese es el mayor límite, el dar un valor a la otra persona irreal y permitir que sea el otro el que nos concede nuestra propia identidad. Si el otro configura quien soy yo, me anulo, y si lo dejo con esa persona me pierdo, dejo de tener ese lugar, esa valía, esa identidad.
¿Por qué mantenemos este tipo de relaciones que nos dañan, en las que dejamos de ser nosotros y nosotras mismas?, ¿Por qué perseguimos aquello que no nos quieren o pueden dar? Todo esto nace en gran medida en cómo hemos aprendido a vincularnos en nuestra temprana infancia; la creación de apegos a través de nuestras relaciones primarias. ¿Nos enseñaron a ser nosotros mismos o de forma directa o indirecta nos culpabilizaron, chantajearon, presionaron, desorientaron según las necesidades de los adultos?
La buena noticia es que la forma de vincularnos puede modificarse, siendo conscientes de lo vivido actuado, y teniendo en cuenta aquellas percepciones psicoemocionales erróneas, que nos han perjudicado, dañado o deteriorado nuestras relaciones, para poder hacerlo de una manera más saludable, y saber querer y querernos de una forma más justa para nosotros mismos. Ya profundizaremos más en este tema, pero por ahora os dejo con el vídeo. No dejéis de verlo que dura escasamente ocho minutos.