En estos días, desde los medios sociales, políticos y familiares se hace un balance de un año que muchos subrayan acaba peor de lo que empezó. Dejamos atrás doce meses con un incremento y nivel de desempleo alarmante, con familias dependiendo de ayudas a las que ya no responden los sistemas públicos, sino que lo hacen las organizaciones sociales y religiosas. Donde el estado de bienestar, entendido desde la perspectiva de una atención sanitaria, educativa, de justicia y de atención a la dependencia, ha quedado arrinconado. No cabe duda, ha sido un año muy intenso y lleno de malas noticias que diariamente nos han «bombardeado».
Efectivamente no podemos disfrazar este año de algo que no ha sido pero tampoco sirve lamentarnos, el instalarnos en la queja, resignación, o en pensar que ha sido un año horrible sin más. Lo primero que tendríamos que plantearnos es; ¿Qué significa un año malo?; ¿Acaso no has podido sacarle partido a otras facetas de tu vida que no sea la económica o la laboral? ¿Con qué parte de lo vivido nos quedamos?
No hablo de ocultar o tapar sino de aceptar un tiempo que ha sido y está siendo el que es; eso no significa aprobarlo pero tampoco no quererlo ver o llenarnos de rabia por lo que implica. Significa aprender de este tiempo que nos toca vivir y no permitir que determinados aspectos nublen lo demás. Ha sido un año donde ha habido movimientos sociales como pocas veces se han visto, donde se está replanteando un sistema que ahoga sin abrazar, donde se ha dicho alto y claro que lo que tenemos no nos gusta y no lo queremos (eso ya es un cambio). A nivel macro los cambios son casi imperceptibles pero están, son pequeños pasos que se han dado y que permiten reflexionar y criticar lo que antes se daba por cierto.
Por ello, es importante valorar a nivel micro, personal, lo avanzado, logrado, luchado, intentado, no centrándose solo en lo no conseguido sino en lo que sí se ha hecho (un curso, sacarse el graduado, hacer deporte, encontrar un trabajo, disfrutar más la sexualidad, ir a terapia de pareja, adelgazar, educar a los hijos, ser capaz de poner fin a una relación afectiva tortuosa, tocar un instrumento, aprender un idioma, conocerse más profundamente…) Pequeños pasos y grandes avances que no nos encasillan ni anclan en la apatía, resignación, rabia o temor.
Este es el tiempo que nos toca vivir y lamentarnos no lo va a cambiar. Vivámoslo pero no de cualquier manera, ni con miedo al sufrimiento o fracaso, sino desde una aceptación de las debilidades que existen y también de las oportunidades vitales y de aprendizaje que se puedan brindar. Eso si está en nuestras manos y lo mejor es que no obedece a decisiones de políticos, banqueros, economistas o demás….depende de nosotros.
Alejandra Luengo