Una persona dependiente es aquella que no se puede valer por sí misma en cuestiones básicas tipo la alimentación, vestirse, alimentarse, ir al baño y desplazarse dentro y fuera del hogar. Aspectos cotidianos y simples de realizar para la mayoría, y que para muchas personas son imposibles de hacer, necesitando de otra para llevarlas a cabo.
De hecho, nos encontramos en una sociedad que envejece y se hace más dependiente, con un mayor numero de demencias que incapacitan para poder desenvolverse de forma autónoma. A esto hay que añadir personas que sufren una enfermedad terminal o algún tipo de discapacidad grave, tanto física como psíquica, que impide que puedan desenvolverse con normalidad en su vida cotidiana.
Así que dependiendo del desarrollo económico y social de los países nos encontramos con programas de apoyo social y económico para personas dependientes (profesionales de apoyo que acuden a los domicilios, centros de día, grupos de apoyo, etc), o en caso de no contar con ayudas públicas son las familias las que asumen ese cuidado, y en muchos casos no son las familias al completo, sino una persona principalmente, la que se responsabiliza.
¿Y quién es esa persona que va a cuidar principalmente a la persona dependiente? Pues no es difícil de adivinar: Una mujer. Un 83%, según datos de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología. El papel de la mujer como cuidadora principal abarca todas las edades; un 43% son hijas del dependiente; un 22%, esposas; y un 7,5% lo constituyen las nueras de la persona cuidada.
El cuidar de una persona dependiente es de las funciones sociales más importantes y valiosas que hay, pero también es de las tareas más difíciles, desagradecidas, invisibles y agotadoras. De hecho, la mayoría de las personas que son cuidadoras no reciben ayuda para compartir la «carga» y tensión que supone hacerse cargo de una persona que a menudo se va deteriorando cada vez más. Todo esto supone un sobreeesfuerzo poco valorado y apoyado por las administraciones, y por la sociedad en general.
Así que la función de la persona cuidadora se reduce a «abandonar» su vida a un lado para cuidar de la persona que depende de ella. Toda la familia acaba asumiendo generalmente que es así; que ella es la principal responsable, a la que a menudo le suman otras funciones, como por ejemplo cuidado de los hijos y de la casa. Además más de la mitad de estas personas dedican al cuidado el mismo tiempo que destinan a trabajar, lo que provoca que en muchos casos no sea compatible aunar ambos papeles por lo que, o bien ni se pueden plantear trabajar, tienen que abandonar su empleo, o reducir su jornada. Esto les deja en una situación de desventaja económica y social, no sólo por perder ingresos, sino por el no generar derechos en materia de pensiones o de protección por desempleo.
Toda esta presión conlleva un deterioro físico, por el esfuerzo corporal y cansancio que supone, y también psicológico, por la sensación de pérdida de espacio personal, de vida privada, de sentimientos de excesiva responsabilidad, rabia, culpa, soledad, tristeza, impotencia al ver el deterioro del que se cuida, miedo a que le ocurra algo y no saber quién se haría cargo de la persona dependiente, etc,. Por ello no es de extrañar que 2 de cada 3 personas que cuidan a un familiar dependiente sufren estrés o ansiedad y una tercera parte se siente deprimida. No son profesionales que tengan un horario específico y puedan contar con tiempo libre, ocio, o incluso vacaciones. La dedicación suele ser total y el coste personal, físico y anímico también.
Hay que estar pendiente de ciertos signos que pueden mostrarnos que quizás estamos un poco sobrecargadas (pérdida de apetito, o comer compulsivamente, disminución de la concentración o atención, tristeza, insomnio, nerviosismo generalizado, sensación de impotencia, etc) y pedir ayuda. Incluso antes de llegar a la situación anterior se puede prevenir facilitando espacios donde se reconozca esa labor tan poco «mediática» y tan clave para la sociedad buscando ciertos espacios para que estas personas, estas mujeres, puedan tener un tiempo propio. Un tiempo de cuidado; no como un lujo, sino como una necesidad familiar y social. Que no sientan tanta soledad, dedicándose un tiempo para ellas, para cuidarse, disfrutar y vivir.
Ahora poco podemos contar con apoyos económicos de las administraciones públicas para la dependencia, pero se pueden buscar vías dentro de la familia para lograr espacios personales privados de la cuidadora principal; sea a través de una terapia de apoyo psicológico, de un grupo de autoapoyo, de talleres en centros municipales, de ciertos deportes, o de simplemente caminar. Así se puede prevenir, proteger y cuidar a la persona cuidadora. Que no lo pidan no significa que no lo necesiten.
Alejandra Luengo